
Sadio Mané, a los 30 años, jugará su segundo Mundial consecutivo defendiendo la camiseta de Senegal. Hace cuatro años, en Rusia 2018, jugó los tres partidos de la fase de grupos, marcó un gol ante Japón, pero con cuatro puntos no logró pasar con su seleccionado a los octavos de final.
El resultado deportivo en Catar 2022 no modificará los objetivos de un futbolista que tiene claro eso, que es solo un jugador de fútbol y que desde ese lugar puede ayudar a cambiar vidas, como el fútbol cambió la suya. Mané nació el 10 de abril de 1992 en Bambalí, un pequeño pueblo a 400 kilómetros de Dakar, la capital de Senegal, dedicado a la pesca y a la agricultura.
Cuando tenía siete años, falleció su papá, que sin un médico en el pueblo no pudo sobrevivir a las penurias de la pobreza extrema. Su madre tenía en claro que la única manera de salir de esas dificultades era con el estudio. O trabajar como todos en el campo. Pero el pequeño Sadio solo quería jugar al fútbol.
“Me crié en un lugar donde no les gustaba el fútbol y jugué descalzo en la calle hasta los 15 años. Se me consideraba el mejor jugador del pueblo, pero nadie en mi familia quería que fuera futbolista. Yo estaba totalmente convencido de que cuando me fuera podría serlo. Lo único que me preocupaba era cómo», afirmó Mané en el documental Made in Senegal.
Recién a los 15 años el adolescente Mané fue a Dakar, la capital. Allí lo mandaron con una familia amiga para continuar sus estudios. Enseguida, Mané se enteró de Generation Foot, una de las tantas academias franceses para detectar talentos. El documental también reconstruyó aquellos inicios. «¿Cómo vas a hacer para jugar con esos zapatos? ¿Y esos pantalones? ¿No tienes unos de fútbol?», le preguntaron los entrenadores en sus primeros partidos.
Mané ya no estudió, pero su extrema velocidad, habilidad y capacidad goleadora lo catapultaron primero al Metz (el primer año descendió de Segunda a Tercera), luego al Red Bull Salzburgo de Austria y en 2014 al fútbol inglés, primero Southampton y luego al Liverpool, club del que se despidió este año para ir al Bayern Múnich de Alemania. La Selección también fue un destino inevitable. Senegal, en 2021, se coronó por primera vez campeón de la Copa Africana de Naciones.
Sadio Mané, a los 30 años, cumplió con creces uno de sus objetivos: ser jugador de fútbol. Pero no fue el único. Sensible, consciente de las penurias que vivió de chico, siempre pensó en la gente, la de su pueblo, la de su país, de la que trabaja en forma anónima. Ahora, Bambalí tiene un hospital público, un correo, una estación de servicio, una escuela más amplia y varios campos de fútbol. Invirtió más de un millón de euros. En su despedida del Liverpool le envió una caja a los 150 empleados del club, con un chocolate, una foto suya y una carta manuscrita.
“¿Por qué querría tener diez Ferraris, 20 relojes con diamantes y dos aviones? ¿Qué harían estos objetos por mí y por el mundo?», se preguntó en una entrevista con TeleDakar en 2019. En Catar, Mané jugará su segunda Copa del Mundo, pero ya es un campeón mundial.