Misión Catar 2022 30 de agosto de 2022

Por Tomás Mileo

Los goleadores suelen ser la cara de un equipo que alcanza la gloria. Cuando el tiempo transcurre y aquellas obtenciones comienzan a quedar en el olvido, los recuerdos de estos personajes los traen al presente. Mario Kempes no queda exceptuado de estos escenarios mentales que erizan la piel de quienes los construyen.

El año 1978 llegó con un Mundial de fútbol en Argentina. El gobierno de facto de aquel entonces realizó una inversión lo suficientemente grande para encubrir sus actos atroces y antidemocráticos. La Selección Argentina venía de realizar opacas imágenes en mundiales pasados, pero desde que Cesar Luis Menotti se apoderó de las riendas del equipo se notó algo diferente.

Argentina clasificó a la segunda instancia y tuvo que compartir grupo con Polonia, Brasil y Perú. El ganador de este grupo jugaba la gran final. La primera disputa fue contra el combinado polaco, en el Gigante de Arroyito.

Rosario se convulsionó con la presencia del equipo nacional. Un estadio repleto lo confirmó. Los papelitos, tan característicos durante toda la competencia, tiñeron de blanco la escena. La ilusión de conseguir la primera Copa del Mundo era irrompible, cada alma en ese estadio tenía el sueño a flor de piel.

Kempes rompió la inercia del partido con un cabezazo infernal que decretó el 1-0. Pero, minutos después, cometió un acto casi tan heroico como convertir un gol en una instancia tan difícil: evitó el empate de Polonia. Luego de un córner desde la izquierda y una salida en falso del Pato Fillol, el Matador se paró sobre la línea del arco dispuesto a resistir lo que se dirija hacia su posición. La pelota cayó en el punto penal, donde Grzegorz Lato cabeceó con destino a la red, con la suficiente precisión para alejar el esférico de la posición del número diez argentino, sin imaginar que el goleador se transformaría en arquero. El oriundo de Córdoba voló y atajó el empate con su mano derecha. Su acción le valió una tarjeta amarilla, un penal para Polonia y un salto a la historia.

Fillol, con su número cinco en la espalda y la enormidad de su presencia bajo los tres palos, contuvo el disparo desde los doce pasos.

Pero semejante escena no le fue suficiente al Matador. Aprovechó que en aquel entonces, el reglamento no expulsaba a quienes cometían una acción así. En el final del segundo tiempo se metió con pelota dominada en el área rival. Por el espejo retrovisor vio que una camiseta roja quiso interrumpirlo. Con un quiebre de cintura sútil, desapareció de la imagen y con zurdazo fuerte decretó el 2-0 final.

Deja un comentario.

Tu dirección de correo electrónico no será visible. Los campos obligatorios están marcados con *