Juan José Panno 3 de marzo de 2022

Sergio Daniel Batista fue importantísimo en el esquema del equipo que se consagró en México ’86. Mediocampista  central de buena técnica, siempre reconoció que era lento de piernas, pero inteligente, y logró un lugar de privilegio en el fútbol por su rapidez mental y su capacidad para saber ubicarse y encontrar los caminos más despejados. En  los inicios del Mundial de México tuvo algunos encontronazos con Carlos Bilardo, que lo pusieron al borde de dejar la concentración del América, pero terminó reconciliándose con el director técnico al entender sus locuras y valorar sus méritos.

El día del segundo gol a los ingleses fue de los primeros en llegar a abrazar a Maradona, pese a que Bilardo les tenía prohibido a los volantes distraerse en el festejo de los goles. “Sos un marciano, sos un marciano», le repetía.

El día que vencieron a Alemania le tocó ir al control antidoping con Héctor Enrique y Diego Maradona, y cuenta que cuando estaban ahí los tres se preguntaban si de verdad habían ganado el título mundial. “Creo que caímos cuando regresamos a la Argentina y vimos toda la locura de la gente”, dijo.

Batista, nacido el 9 de noviembre de 1962,  jugó en Argentinos Juniors, River, Nueva Chicago, Sagan Tosu de Japón y cerró su campaña en All Boys. Entre los entrenadores que tuvo destaca a Menotti “porque te dice en cinco minutos lo que otros tardan cinco días en explicar”, y a Bilardo porque cuando le tocaba ir al banco siempre le dejaba enseñanzas relatando el partido y anticipándose a lo que iba a pasar.  

Como DT dirigió en Uruguay, en Japón, China, Barein (a la Selección de ese país) y Catar. En la Argentina condujo a Argentinos, All Boys, Talleres, Chicago, Godoy Cruz y a las selecciones mayor y sub 20. Su mayor logro como técnico fue la medalla de oro en el fútbol en los Juegos Olímpicos de Biejing, en el 2008, en un equipo en el que jugaban Messi, Riquelme, Agüero, Mascherno y Di María, entre otros cracks.

Lo de Checho viene de su hermano mayor, el Chino, al que le costaba pronunciar su nombre y le decía Checho. Le quedó para siempre, al punto que según cuenta él mismo si alguien le dice Sergio por la calle no se da vuelta.

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