
Los padres de Romelu Lukaku, congoleños de origen, emigraron a Bélgica huyendo de la miseria, soñando con un futuro mejor en Europa. El comienzo fue muy duro. La familia dormía en el piso, el papá hacía changas y jugaba al fútbol sin mucho éxito, y la mamá trabajaba en bares y restaurantes africanos. En Amberes nació Romelu, el 13 de mayo de 1993.
De muy chico advirtió que sus padres no cenaban, para que sí lo pudieran hacer él y su hermano Jordan. En un reportaje, cuando ya era un futbolista consagrado, contó que una vez descubrió que su madre le agregaba agua a la leche para que durara. Ese día, a sus 10 años, se juramentó que iba a ser un jugador profesional para ganar mucho plata y salir de la miseria.
Siempre supo que a la gloria no se llega por un camino de rosas. De chico era mucho más grande que los otros chicos y no lo dejaban jugar. Recibía todo tipo de comentarios racistas, pero saltó todos los escollos y desde el modesto Liersen, un pequeño club de Amberes, llegó al Anderlecht.
Las diferentes escalas de su carrera son más conocidas: Chelsea (donde no le fue nada bien), West Bronwich Albion, Everton, Manchester United, Inter de Milán, donde formó una dupla demoledora con Lautaro Martínez, y ahora, más recientemente, otra vez Chelsea que pagó por su pase 115 millones de euros.
Lukaku, que mide 1.93 y pesa 100 kilos de puro músculo, se reconoce un alumno aventajado que aprende de todos, de Roberto Martínez, de Ronald Koeman, de Antonio Conte y de sus admirados Didier Drogba, Tierry Henry y Nicolas Anelka, con quienes comparte un grupo de chat y son sus mejores consejeros. Seguramente ellos tres lo ayudarán a consumar una revancha llena de gloria en el Chelsea.
Con la Selección de Bélgica en el Mundial de Brasil 2014 jugó cuatro partidos y marcó un gol, y en Rusia 2018 jugó seis partidos y convirtió cuatro goles. Seguramente estará entre los más goleadores de la próxima Copa del Mundo de Catar.