
La Selección Argentina entra al campo en condición de huérfana.
Lleva el luto sobre el pecho. Una foto sobreimpresa con los signos del apuro, el símbolo del infinito que rima con la tristeza.
Hace más de seis meses que no juega oficialmente. Ocurrió, aquella última vez, ocho días antes de que se apagara, agotado, el desvencijado cuerpo de Diego Armando Maradona.
Se entiende que escasee el juego, después de una inactividad tan prolongada, pero, ¿que nos falte Diego? Eso, todavía, resulta extraño, dañino. Incomprensible.
Desde aquellos algodonosos días de febrero de 1977, cuando se calzó la albiceleste en la Bombonera con apenas 16 años, Maradona fue una suerte de referencia del seleccionado. Simbolo. Síntesis. Esencia.
No lo inventó, no lo puso de pie. Pero lo engrandeció. Y difícilmente alguien lo haya amado más que él.
En la cancha Messi pasea su experiencia. El tiro libre que Bravo le ahuyenta era su homenaje. Esta madurez de hoy contrasta con la frescura del 2006, cuando era el suplente cuyo ingreso se aguardaba con entusiasmo, mientras en la tribuna germana alentaba Diego.
El mismo que luego, como entrenador, se detuviera a explicarle con dulzura al príncipe, en la hosquedad del continente oscuro, cómo acompañar la pelota con un empeine paternal.
Y, ya sabemos, con todo lo extraordinario que es, nunca tendrá en el equipo nacional la estatura vital que aquilató Maradona.
«Un partido muy especial, por ser el primero sin Diego», reflexionó Messi tras el 1-1. «Sabemos lo que Diego significaba, siempre estaba con la selección aunque no estuviera en la cancha. Queríamos regalarle la victoria, poder representar a la selección como siempre lo hizo él. Lástima que en un estadio tan lindo no haya podido estar la gente».
Sale la Selección, desnuda de toda caricia paternal, a homenajear a su corazón, su máxima estrella, su antiguo entrenador, su latido. Es una pena que haya que quitarse la camiseta, a riesgo de que eventuales tres puntos sean protestados desde la mezquindad.
¿Qué sabe la FIFA lo que fue Maradona? Como mucho, posee algún dossier que lo cataloga como enemigo, elemento peligroso, propiciador del disturbio. ¿Para qué alentar el Fantasma Maradona? La Conmebol suspira: las Eliminatorias han vuelto a rodar y cualquiera que se enamorase súbitamente de aquel espíritu inquisidor, desafiante, podría ocurrírsele, inopinadamente, formular preguntas incómodas sobre la Cepa América, el torneo que se viene.
La orfandad se hará sentir. Seguramente no se sufrirá como cuando Diego estuvo al comando -aquella lluviosa noche ante Perú todavía produce escalofríos- o como en el tramo anterior del que sobrevivió Scaloni. Pero aún si Catar es un destino más que probable, la cátedra no la calibra entre los semifinalistas, como indica esta encuesta que hicimos. El mundo del fútbol afronta el castigo de la pandemia. A nosotros nos costó mucho más caro.
Diego no está más. La Selección Argentina sigue adelante, pero sola, sin su más grande defensor.
Lo que viene es incógnita.
Con la aceleración de la competencia, la esperanza es que esta versión reconstruida encuentre el juego que se reclama. En los últimos minutos se advirtió mejoría.
Lo otro, lo que duele, no tiene solución.