
Por Vito Amalfitano
Siempre se puede ser más grande. Aunque no todos lo logran. Suele ser una condición solo reservada para elegidos. Sobretodo en el fútbol. En este Mundial, y en el epílogo de su carrera, Messi hizo quizá su máxima pirueta de genialidad, la reinvención. Al hombre brillante y bello, que baila en la cancha con movimientos exquisitos que natura non presta, se le metió en el cuerpo, y sobretodo en el alma.
Además, en el hombre cerebral que todo lo ve y dirige, que conduce al conjunto justo cuando ya no tiene la explosión para resolver siempre él por sí solo. Y por si algo faltara, los goles y su esfuerzo descomunal en la final más extraordinaria de la historia. Entre quienes le hicieron muy mal, adelantando fantasiosamente muchos años esta metamorfosis, cientos o miles de periodistas, están los que ahora le dijeron “vulgar”. Súbitamente quisieron criticarlo los del sí messismo desmedido, que tanto mal le hizo a Lío en la Selección.
Pero sin querer, en su sí grotesca vulgaridad para escribir e interpretar los hechos, en medios que habitualmente hasta los cambian, para ensuciar al periodismo, terminaron elogiando al 10 sin siquiera saberlo (porque agarrar un libro, difícil). Resulta que, según la RAE, “vulgar” significa “conjunto de la gente popular”. Cuando surgió una nueva anomalía del fútbol argentino, un Lionel Scaloni, como Menotti, como Diego y Messi, retomamos el curso de la historia.
Lionel le encontró a Lionel el equipo que necesitaba. Siempre se puede ser más grande. Messi lo logró a los 35 años. En la cima del mundo. En el podio de los más grandes de la historia. En la tierra, el más extraordinariamente vulgar. En el cielo siempre lo cuidó Diego, el más grande de todos siempre. Porque por él se cantó, “porque Maradona es más grande que Pelé”, y porque alentó a Lionel desde la eternidad del fútbol.